Un pequeño viaje en el tiempo

Un pequeño viaje en el tiempo

Me despedí de Sheila y Sylvia con mucha pena pero con la certeza de que algún día volvería a verlas.

Unas mujeres excepcionales con las que tuve la suerte de cruzarme en el camino, y de las que aprendí una gran lección.

Dejar un mundo mejor a nuestras futuras generaciones es solo cuestión de voluntad.

Seguía encontrandome muy flojo por la malaria que me había traído puesta desde el Congo aunque gracias a la medicación y los cuidados de mis dos nuevas madres noté rápidamente la mejoría.

Hice cálculos y esa picadura de mosquito debió de ser en aquella fatídica noche en el tren bala del Congo, ya que fue la única  que no dormí bajo una mosquitera.

Desde que empecé a viajar esta era mi cuarta malaria, y cada una de ellas la había recibido con menos alegría y más frustración que la anterior.

El camino que tenía por delante hasta la capital, Lusaka, se presentaba tan fácil como aburrido.Una carretera en perfecto estado, no mucho tráfico y etapas bastante llanas.Perfecto para recuperarse poco a poco sin forzar mucho a la vez que a lo largo del camino me fue fácil encontrar abundante comida y frutas.
Con el paso de los días no notaba físicamente  una clara mejoría ,sino todo lo contrario,y eso me tenía preocupado.En cuanto llegara a la capital iría directo al hospital a hacerme pruebas, pero hasta entonces quería saborear un camino tan fácil y sencillo.
Una tarde mientras descansaba en un pequeño merendero , vi a una familia con rasgos asiáticos.Intuía que podían ser de algún país de Asia central.

Me acerqué a saludar.

-¡Hola!¿Qué tal? ¿Os puedo preguntar de donde sois?

-Si, claro,de Tayikistán.

-¿Y de dónde?

-Es un país en mitad de Asia…

-Si, si, lo conozco perfectamente. Estuve allí hace un par de años.

-¡¿En serio?!

Se les iluminaron  los ojos mientras le comentaba mi experiencia en su país.

-No es porque seáis de allí, pero es de mis países favoritos, y su gente, la más hospitalaria que he conocido nunca,- dije  en tono de agradecimiento.

Al escuchar estas palabras se les llenó la cara de felicidad y de orgullo, pues para el pueblo tayiko no hay mayor virtud que saber tratar a los invitados.

Hay un dicho en Tayikistán que reza:”Mehmon otangdan ulug”,y viene a significar algo así como, “al invitado hay que respetarlo más que a un padre”

Eran el Dr.Dilshood , su mujer y su hija.

Me invitaron a quedarme en su casa cuando pasara por  Kitwe, a tan solo un día de distancia.

Durante y después de la caída de la Unión Soviética, los países alineados socialistas continuaron colaborando en sanidad o  educación, y por ello que no sea raro encontrarse médicos cubanos o en este caso, Tayiko,de las antiguas repúblicas soviéticas.

Para darme más ánimos y fuerza hasta llegar a su casa ,después de haber rechazado la invitación de ir en coche con ellos,me dijeron que me esperarían al día siguiente con un plato de “plov”,el típico plato tayiko y uzbeko, muy parecido a la paella pero con carne.Delicioso.Más aun si lo comparamos con las inexistentes delicatessen africanas.

Al llegar a su humilde pero acogedora casa dejé la bicicleta dentro del salón  y nos montamos en el coche.Al igual que en toda Asia central no era  excepción su pasión por llevar las lunas tintadas.Se lo comenté y se rió.

Me llevaron a un supermercado para que escogiera lo que quisiera y a pesar de negarme tuve que terminar cogiendo algo.

Me asombraba estar en un supermercado donde había todo tipo de comida, y el aire acondicionado me trasladaba a otra región del mundo.Venía de estar en países donde tener electricidad era algo inimaginable, y ahora era algo normal.

El Dr.Dilshood Insistía que tenía que cuidar mi salud y la fruta era lo mejor para eso.Cogió una caja de melocotones.

Con la comida sobre un mantelito de dibujos de frutas cenamos todos sentados en el suelo. Terminamos  la noche bebiendo te mientras charlábamos.Con ella ,desgraciadamente, no pude hablar nada ya que mi ruso era tan básico como su inglés.

Al despedirme a la mañana siguiente  tenían preparado para que me llevase una bolsa con comida para todo el día,incluidas unas deliciosas “samsa”, empanada típica de su país.

Por un día viajé en el tiempo.Me transporté muchos miles de kilómetros atrás, a una parte del camino que hasta hacía un día quedaba muy lejana.Habían conseguido por un momento que me olvidara donde de verdad estaba.Añoré por unos instantes esa fascinante región de la remota Asia central.Salí a la calle y regresé.

Estaba de vuelta en mi querida África.

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