Lo poco que me gustan las ciudades

Lo poco que me gustan las ciudades

Para salir de Salvador, de la manera más rápida posible, embarqué en un pequeño transbordador que me dejó en la isla de Itaparica en solo una hora. El horizonte que dejaba detrás de mi no tenía nada que ver con el lugar donde ahora me encontraba…

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…en la isla de Itaparica, con apenas 50.000 personas, me sentía en las antipodas de Salvador, que estaba solo a unas millas de distancia.

Las  playas eran magnificas y había una exuberante vegetación tropical con un ritmo mucho más lento.

Atrás quedaba la ciudad del Salvador con su multitud de edificios y sus tres millones de habitantes en esa colmena de asfalto y hormigón.

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Una vez en tierra ya lejos del agobio y la muchedumbre me tentó la idea  de disfrutar del lugar pero la deseché rápidamente. Tenía muchas ganas de avanzar.Hacer kilómetros.De volver a estar en movimiento sobre la bicicleta

No es que sienta especial aversión por las ciudades grandes de Brasil, que sé que son inseguras y atestadas de riesgos, sino porque después de tantos años las ciudades me parecen aburridas, caras y como es obvio llenas de inconvenientes y apuros para los ciclistas.

Unos tienen miedo a las arañas, otros al mar, otros a los espacios grandes y abiertos, y yo, a la entrada a las ciudades.

A excepción de algunas de ellas como Singapur,Kathmandu, Calcuta, Varanasi, y Ciudad del Cabo, puedo decir que no he visitado ninguna otra ciudad con la verdadera intención de conocerla, y cuando así ha sido lo he disfrutado tanto porque el momento me lo pedía, y ahora no era el caso.

Me imagino que habrá otros sentires, pero a excepción de los que os acabo de mencionar, solo las he visitado porque me he visto obligado a tener que tramitar visados, y en esta ocasión el motivo de pasar por Salvador de Bahía, no era  otro que haber sido elegido nuestro puerto de arribada a Brasil.

Cuando eché una mirada a mi mapa  de papel  advertí un enjambre de grandes ciudades y autopistas por toda la costa…

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…y  no dudé en planificar la ruta por el interior del país, en busca de un Brasil más rural, más tranquilo, más humano y aunque me vaya  sin ver sus playas esplendorosas, espero encontrarme con un Brasil más auténtico.

Siento que las ciudades deshumanizan un poco la gente, las vuelven más individualistas, más hurañas,con más miedo  y nadie se para en sonreír a aquel que viene por la misma acera, y si eres tú el que lo hace, te toman por bobo o por loco.

A medida que avanzaba hacia el oeste el calor se hacía más insoportable, y después de todos estos meses de parón las cuestas se me hacían más largas, más duras y agotadoras.

Todavía tenía en mi cabeza los prejuicios relacionados con la inseguridad y los apuros que me podría encontrar en Brasil.En las noticias siempre hablaban de asaltos,de secuestros, de narcos,de favelas violentas, y esas imágenes las llevaba guardadas en la cabeza, ya que Brasil era todavía para mi un lugar desconocido, y es eso el principio de todos los miedos.Lo desconocido.

De ahí, tal y como dijo Unamuno, “el racismo se cura viajando”, ya que al viajar conoces otras culturas,razas y religiones.

Me causaba desazón cuando al caer la tarde no hallaba  un lugar donde acampar tranquilo, y por primera vez en mucho tiempo al final de la etapa buscaba una “pousada” donde dormir, derrochando el escaso dinero que tengo de presupuesto.

Pero con el paso de los kilómetros y del tiempo veía que Brasil no era diferente al resto de los países en los que he estado, y dejé de percibir ese riesgo con el que me fui de Salvador y me fui relajando…

_DSC2229…poco a poco…

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Ahora,siempre sin bajar la guardia y dejándome guiar por el instinto,ya acampo donde me pille la noche y percibo que el miedo ahora lo tienen hacia mí: “el desconocido”.

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