Fiebre del oro

Fiebre del oro

Bajo un vestido de color azul manchado de barro, Marian luce un buen embarazo de 7 meses…

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Trabaja junto a su sobrino, de apenas 13 años, en una pequeña mina de oro que, ilegalmente, junto a otros familiares y amigos le han robado el sitio a la densa selva para buscar oro en las piedras que se esconden bajo las fértiles tierras de la región occidental de Ghana.

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Ilegal, porque carecen de permisos y no pagan impuestos, mientras las grandes compañías mineras internacionales se han repartido el pastel y han colocado a Ghana como el segundo país productor de oro de África, después de Sudáfrica.

Cuando los británicos pusieron pie en Ghana, no tardaron en darse cuenta de la riqueza que escondía su suelo,  de ahí que bautizaran su nuevo territorio con el nombre de “la costa de oro”. Que se convertiría junto al comercio de esclavos hacia el continente americano en su negocio más rentable.

Nosotros tardamos un poco más, exactamente 2 semanas desde que  cruzamos la frontera por el norte, desde Burkina Fasso. Después de 100 Km. de pedaleo por las incesantes cuestas buscábamos alcanzar lo que parecía un pequeño pueblo en el mapa, y ahí, buscar al pastor, reverendo o sacerdote de la primera iglesia que viéramos para poder montar la tienda.

A penas a 10 Km. a las afueras del pueblo, en las orillas de la carretera se amontonaba basura y plásticos, a los mismos pies de la impenetrable selva, y mientras un incesante y continuo trajín de gente en motos, circulaban en nuestra misma dirección.

Hombres, todos hombres. Ninguna mujer adornaba la típica estampa africana cargando leña sobre su cabeza tan típica a esa hora de la tarde, cuando después de una larga jornada de trabajo en el campo vuelven a sus casas llevando a sus bebes sujetos en sus espaldas, y los hijos mayores caminando a su lado.

A la entrada del pueblo daba la sensación de entrar en una gran ciudad. Mucho movimiento, muchas motos, muchos mecánicos a los lados de la carretera, y en resumen, demasiado movimiento para ser un pueblo normal.

A lo largo de la carretera que hacia de calle principal en su transcurso por el pueblo, varios puestos hacían de improvisadas gasolineras,guardando el combustible en las botellas ya vacías de licor.

Lo que más llamó mi atención fue la cantidad de comida y su variedad que se vendía en los pequeños puestos frente a la mezquita principal, que también llamó mi atención porque estábamos en una zona de mayoría cristiana aunque ahora sobre la mayoría de las cabezas se volvían a ver  taqiyahs.

Fue como un deja vu, al encontrarme de nuevo en mitad de un pueblo nacido de la nada donde el dinero fluía sin corresponder con la apariencia de un pueblo prospero y moderno.

Se corrió la voz de que había oro en la zona y rápidamente miles de personas llegaron en busca de su sueño: el dorado.

Desde rincones tan dispares como Malí o Nigeria para intentar colmar sus sueños destripando el  suelo con rudimentarias herramientas…

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En el improvisado mercado se sorteaba a los vehículos que a toda velocidad pasaban entre los puestos, pudimos encontrar auténticos manjares comparado con el pueblo anterior, como sandía, piña y pinchos de carne. Todo al doble del precio que veníamos pagando –el precio de la prosperidad-.

Una cabaña con tejado de chapas cinc hacía de bar o improvisada discoteca, dentro sonaba música a todo volumen y en la entrada estaban algunos jóvenes bebiendo cerveza intentando mantener el equilibrio.

Decidimos continuar, y buscar refugio en un lugar más tranquilo. Nos plantamos en  una  pequeña explanada que no hace mucho debió de albergar una campera donde se  trituraban  las rocas para extraer el oro.  Montamos la tienda en una zona alejada de la carretera y pasamos la noche escondidos de miradas  curiosas.

En el mapa no aparecía ningún pueblo cercano, pero en el cielo pudimos ver la contaminación lumínica que surgía de en medio de la selva, y el ruido de una fiesta con música Techno que nos traía la brisa de la noche.

Al día siguiente, al continuar nuestro camino, pudimos ver como emergía de la nada un improvisado pueblo de cabañas de madera y plástico que se alzaban sobre la fértil tierra roja que muy poco tiempo atrás era el hogar de árboles milenarios y majestuosos y que ahora servían de leña…

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Había llegado la prosperidad a la zona…

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9 thoughts on “Fiebre del oro

  1. Me tienes enganchado a tu blog! Muchas gracias por tus relatos y forma de ver la vida.
    Un saludo desde Berlin

  2. me río de los que dicen que el colonialismo finalizó junto con la segunda guerra mundial…

  3. Me encanta darme un paseo por tu blog (lo hago siempre que puedo) y no solo viajar contigo, sino aprender de esas cosas que desde nuestros cómodos sofas son tan ajenas e invisibles hasta que nos haces abrir los ojos.¡Ánimo y no dejéis de ser como sois!

  4. Hola. no sé si lo sabéis. Ghana es un país con varios casos del Ébola. Id con cuidado! Estáis al corriente de la epidemia que está a punto de expandirse?

  5. Gracias por éstos reportajes que tanto nos enseñan de ésa parte del mundo.
    Un Abrazo y mucha suerte. 🙂 .

  6. Conocí hace tres años Ghana pero a golpe de autobuses locales. Sin desmerecer este sistema de transporte, el viajar en bici da un puntito más de realidad y engancha más las vivencias a la tierra.
    Un abrazo y, como siempre, desearos suerte.

  7. Sin lugar a dudas lo tuyo es una manera muy diferente de viajar.Gracias por compartirlo con todos nosotros!

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