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Category: Zambia

Cuando se alinean los astros

Cuando se alinean los astros

Llegaba sin fuerzas a Lusaka. Literalmente estaba “hecho mierda”.

Los días que pasé en la capital los dediqué a descansar y a visitar el hospital público donde, de maravilla, me hicieron todo tipo de pruebas para confirmar mi recuperación de la malaria.Una experiencia completamente diferente a mi ultima visita a un hospital en Ghana.

Me faltaba energía e incluso con el descanso de varios días no noté ningún tipo de mejoría, que lo asociaba a la anemia que me había dejado la malaria.

Decidí poner rumbo hacia el este, a Malawi,sin prisa, hasta que en el tercer día de ruta mi cuerpo pareció decir basta.

Tuve que tumbarme a un lado de la carretera antes de caer redondo en el suelo.Fiebre,flojera incluso la vista nublada.Podría ser el sol, la anemia,la maldita recuperación de la malaria,etc. Pero los síntomas  ,ya muy familiares, hacían que me temiera lo peor.

Era muy poco el tráfico que circulaba por la destartalada carretera pero a mi primer intento un camión paró.Se dirigía hacia Chipata, la ciudad más grande del este de Zambia, y muy amablemente me ayudó a subir la bicicleta en el remolque.

Llegamos a Chipata entrada a noche y muy cerca de una gasolinera monté la tienda.A la mañana siguiente ya buscaría un lugar mejor donde alojarme.

En el hospital público me llevé una gran sorpresa.Al igual que con las pruebas en Lusaka en ningún momento me pidieron documentación y las visitas medicas y pruebas fueron sin coste alguno, al igual que la medicación.

Me trató una medico ucraniana, y quedé maravillado con la sanidad publica de uno de los  países más pobres del mundo.

Desgraciadamente mis sospechas eran ciertas.Tenía de nuevo la fiebre tifoidea.

En un abrir y cerrar de ojos estaba tomando la medicación.

Descansé los primeros cinco días de tratamiento en un pequeño camping pero veía ya tan cerca el lago Malawi que no pude resistirme a poner rumbo  hacia uno de los sitios que más me han enamorado en todos estos años viajando.Allí ya podría descansar el tiempo necesario, en un entorno insuperable.Soñaba con ese momento.

Al quinto día de empezar el tratamiento las fuerzas parecieron volver,al igual que  los astros parecían querer alinearse para facilitarme el camino con un fuerte viento  a favor.

Me encontraba mucho mejor y por ello estaba lleno de felicidad.Cantaba en alto por el solitario camino y saludaba a mi paso a todas las personas con entusiasmo.

Me sentía de nuevo pleno y feliz y después de tanto tiempo veía la luz al final del tunel.

No solo eso, paré en una pequeña aldea a rellenar mi botella de agua en un pozo cuando un paisano se acercó para preguntarme si había visto a “mi amiga”

¿Que amiga?-le pregunté sorprendido.

Muchas veces la gente piensa que todos los blancos nos conocemos y somos amigos.

En esa pequeña aldea vivía una voluntaria americana que quedó sorprendida al verme pasar en bicicleta por su remota aldea aunque más sorprendido quedé yo cuando la vi aparecer.

Había hecho tan solo 20km.Los suficientes como para dar el día por terminado.

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Un pequeño viaje en el tiempo

Un pequeño viaje en el tiempo

Me despedí de Sheila y Sylvia con mucha pena pero con la certeza de que algún día volvería a verlas.

Unas mujeres excepcionales con las que tuve la suerte de cruzarme en el camino, y de las que aprendí una gran lección.

Dejar un mundo mejor a nuestras futuras generaciones es solo cuestión de voluntad.

Seguía encontrandome muy flojo por la malaria que me había traído puesta desde el Congo aunque gracias a la medicación y los cuidados de mis dos nuevas madres noté rápidamente la mejoría.

Hice cálculos y esa picadura de mosquito debió de ser en aquella fatídica noche en el tren bala del Congo, ya que fue la única  que no dormí bajo una mosquitera.

Desde que empecé a viajar esta era mi cuarta malaria, y cada una de ellas la había recibido con menos alegría y más frustración que la anterior.

El camino que tenía por delante hasta la capital, Lusaka, se presentaba tan fácil como aburrido.Una carretera en perfecto estado, no mucho tráfico y etapas bastante llanas.Perfecto para recuperarse poco a poco sin forzar mucho a la vez que a lo largo del camino me fue fácil encontrar abundante comida y frutas.
Con el paso de los días no notaba físicamente  una clara mejoría ,sino todo lo contrario,y eso me tenía preocupado.En cuanto llegara a la capital iría directo al hospital a hacerme pruebas, pero hasta entonces quería saborear un camino tan fácil y sencillo.
Una tarde mientras descansaba en un pequeño merendero , vi a una familia con rasgos asiáticos.Intuía que podían ser de algún país de Asia central.

Me acerqué a saludar.

-¡Hola!¿Qué tal? ¿Os puedo preguntar de donde sois?

-Si, claro,de Tayikistán.

-¿Y de dónde?

-Es un país en mitad de Asia…

-Si, si, lo conozco perfectamente. Estuve allí hace un par de años.

-¡¿En serio?!

Se les iluminaron  los ojos mientras le comentaba mi experiencia en su país.

-No es porque seáis de allí, pero es de mis países favoritos, y su gente, la más hospitalaria que he conocido nunca,- dije  en tono de agradecimiento.

Al escuchar estas palabras se les llenó la cara de felicidad y de orgullo, pues para el pueblo tayiko no hay mayor virtud que saber tratar a los invitados.

Hay un dicho en Tayikistán que reza:”Mehmon otangdan ulug”,y viene a significar algo así como, “al invitado hay que respetarlo más que a un padre”

Eran el Dr.Dilshood , su mujer y su hija.

Me invitaron a quedarme en su casa cuando pasara por  Kitwe, a tan solo un día de distancia.

Durante y después de la caída de la Unión Soviética, los países alineados socialistas continuaron colaborando en sanidad o  educación, y por ello que no sea raro encontrarse médicos cubanos o en este caso, Tayiko,de las antiguas repúblicas soviéticas.

Para darme más ánimos y fuerza hasta llegar a su casa ,después de haber rechazado la invitación de ir en coche con ellos,me dijeron que me esperarían al día siguiente con un plato de “plov”,el típico plato tayiko y uzbeko, muy parecido a la paella pero con carne.Delicioso.Más aun si lo comparamos con las inexistentes delicatessen africanas.

Al llegar a su humilde pero acogedora casa dejé la bicicleta dentro del salón  y nos montamos en el coche.Al igual que en toda Asia central no era  excepción su pasión por llevar las lunas tintadas.Se lo comenté y se rió.

Me llevaron a un supermercado para que escogiera lo que quisiera y a pesar de negarme tuve que terminar cogiendo algo.

Me asombraba estar en un supermercado donde había todo tipo de comida, y el aire acondicionado me trasladaba a otra región del mundo.Venía de estar en países donde tener electricidad era algo inimaginable, y ahora era algo normal.

El Dr.Dilshood Insistía que tenía que cuidar mi salud y la fruta era lo mejor para eso.Cogió una caja de melocotones.

Con la comida sobre un mantelito de dibujos de frutas cenamos todos sentados en el suelo. Terminamos  la noche bebiendo te mientras charlábamos.Con ella ,desgraciadamente, no pude hablar nada ya que mi ruso era tan básico como su inglés.

Al despedirme a la mañana siguiente  tenían preparado para que me llevase una bolsa con comida para todo el día,incluidas unas deliciosas “samsa”, empanada típica de su país.

Por un día viajé en el tiempo.Me transporté muchos miles de kilómetros atrás, a una parte del camino que hasta hacía un día quedaba muy lejana.Habían conseguido por un momento que me olvidara donde de verdad estaba.Añoré por unos instantes esa fascinante región de la remota Asia central.Salí a la calle y regresé.

Estaba de vuelta en mi querida África.

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Te lo cuento pero no es un cuento.

Te lo cuento pero no es un cuento.

Ocho años habían pasado desde que recién comenzado mi segundo gran viaje por Africa aparecí casi por casualidad por la finca donde conocí y compartí unos maravillosos días con Sheila, Sylvia,Dominique y Billy. Por aquel entonces apenas tenía 24 años.

Nunca me imaginé que aquellos días perdurarían tanto en mi memoria, y menos todavía que acabaría volviendo a visitarlas años más tarde en bicicleta.

Avanzaba por el Congo y solía imaginarme llegando por sorpresa sabiendo que posiblemente ni se acordaran de mi.

Me había enterado por otro viajero que Billy había muerto y lo devastada y triste que estaba Sheila por la pérdida de su hijo adoptivo.

Dos días escasos fue lo que tardé desde que crucé la frontera dejando atrás el Congo hasta que tomé el desvío entre bosques tropicales por un sendero indicado por un viejo y oxidado cartel.

Recordaba bastante bien el camino y me acordaba perfectamente del lugar donde monté la tienda la última vez.Que bonito es recordar momentos puntuales y tan especiales gracias a los sentidos.

Me encontré todo tal y como lo recordaba.

Espesa, frondosa y caótica la vegetación que envolvía la humilde casa bajo unos imponente árboles que escondían  ruidos de animales salvajes por todas partes.

Cuando me acerqué a la casa me recibió un perro gigante, al que no conocía,  con roncos ladridos a la vez que movía la cola de felicidad.

Sylvia no tardó en aparecer detrás de una puerta y se acercó curiosamente a ver quién era ese tipo con la bicicleta llena de bultos.

No tardó en reconocerme y nos pusimos un poco al día mientras entrabamos en la casa. En una mesa Sheila esperaba a su hija y compañera de partida de Scrubble a que regresara a la partida y seguir con el juego que yo había interrumpido.

Noté a Sheila mucho más mayor y vagamente se acordaba de mí. No era de extrañar pues tenía ya más de 90 años.

Si, mama, claro que te acuerdas. Es Javier, que estuvo aquí  cuando Dominique – le decía Sylvia a su madre.

Sheila era tan excepcional como la vida que había vivido.

Terminada la II Guerra Mundial y después de haber luchado en el frente británico su padre vendió todas sus propiedades.En un camión junto a toda su familia pusieron rumbo  hacia el sur para instalarse en la colonia británica de Rodesia del Norte, hoy conocida como Zambia.

Desde entonces pertenece a este continente, al igual que su hija Sylvia.

Un viaje inolvidable a lo largo de esta zona del mundo por aquel entonces bastante intacta, atravesando regiones como el desierto del Sáhara o la selva del Congo en una experiencia  muy diferente a la que pueda ser hoy en día.Según cuenta, las carreteras estaban muy bien.

Sheila recordaba el Congo como un país maravilloso donde años más tarde cuando era más mayor iban a pasar algunos fines de semana junto a su marido.

Un Congo completamente diferente al que yo acababa de cruzar.

Queríaa preguntarle por la muerte de  Billy pero no sabía cómo sacar el tema.Fue Sheila la que mencionó si no echaba de menos no haber sido recibido por Billy. ”Su Billy”

Sus palabras estaban llenas de tristeza.

Claro que eché de menos no volver a verle, a pesar que no llegué a tener mucho relación con el. Billy era un poco impredecible.

Dominique era diferente. Mucho más social y por aquel  entonces ya era un poco vándalo. Con él, en cambio,nos hicimos muy buenos amigos.

Tampoco estaba en la casa desde hacía años. Se fue a los meses de mi paso por allí aunque seguían estando en contacto con él.

Dominique fue abandonado por su madre de muy pequeño, y madre e hija decidieron cuidar de él hasta que se hiciera mayor.

Billy se quedó huérfano casi recién nacido cuando mataron a su madre.

Unos aldeanos llevaron a Billy a casa de Sheila para que cuidara de él y no dudaron en adoptarle y cuidarle como a un hijo.

Todo normal en esta peculiar familia si no fuera porque Billy es un hipopótamo y Dominique un chimpancé.

Cuando descubrí este lugar tan maravilloso  Billy tenía 18 años y pesaba dos toneladas, y a pesar de su nombre no era macho sino hembra, pero se dieron cuenta demasiado tarde cuando ya le habían puesto nombre.

Billy solo permitía acercarse a  Sheila, a la cual reconocía  como su madre.

Por aquel entonces Billy pasaba las horas del día tumbado bajo la sombra de un árbol con su gran masa expandida por el suelo…

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…y por la noche se acercaba al río Kafue  pero siempre estaba de vuelta por las mañanas, a la espera de que Sheila le sirviera sus dos litros de leche caliente que lleva recibiendo desde que era pequeña.

Mañana le voy a dar leche fría y verás como la muy “señorita” no la quiere,-me dijo Sheila.

Y así fue, a la mañana siguiente cuando la enorme cabeza de Billy se asomaba por la puerta movió la cabeza en señal de protesta porque no había calentado la leche.Los pelos del bigote de Billy hacía del cuerpo de Sheila algo insignificante y diminuto.

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De un viejo álbum me mostraron unas fotografías en las que se veía el proceso de crecimiento de Billy, la que meses después de su llegada había crecido tanto que al pasar por las puertas rompía las paredes o dejó hecho añicos el sofá donde solía dormir.

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Nunca entendió porque lo sacaron de la casa.

Sospechan que envenenaron a Billy unos ladrones ya que coincidió con que les robaron la bomba de agua en el río días mas tarde.

Dominique era un chimpancé de un año de edad que fue rechazado por su madre, y mientras se adaptaba vivía  en la casa con ellas. Dormía en el sofá de la casa…

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…y por las mañanas después del desayuno asistía al centro educacional donde aprendía a convivir con los demás chimpancés.

Saltaba por los árboles con plena agilidad.Yo me preocupaba no  se fuera a hacer daño.¡Pero si era un chimpancé!

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Ahora Dominique vivía junto a un grupo de chimpancés en semilibertad,y tuve la suerte de volver a verle en el bosque, aunque por supuesto no se acordaba de mi.

Ahora estaba mucho más tranquilo, ya que el macho alfa del grupo le había ya dado un par de guantazos bien dados avisándole que ya no era una cría, y el que allí mandaba era el.

Acabé quedándome muchos más días de lo esperado ya que me pilló la malaria el día de mi rencuentro con Dominique, pero eso ya es otra historia.

 

 

Sheyla y su difunto marido David fundaron Chimfunshi,  el mayor refugio de primates del mundo.

En el año 1983  unos habitantes de una aldea próxima les entregaron a Pal un chimpancé que había sido confiscado a unos furtivos que cazaban en la R.D del Congo. Sin experiencia, pero con mucho mimo y cuidados lograron que Pal que presentaba síntomas de mal nutrición y con heridas en la cara sobreviviese. Este es el comienzo de la historia del orfanato y refugio para chimpancés de Chimfunshi, uno de los más grandes del mundo.


En los años venideros se convirtió en el refugio de otras muchas especies de animales. Acogen principalmente a monos y chimpancés  confiscados a furtivos que los cazan para vender como carne en los mercados del oeste y del centro de África. Los más jóvenes son vendidos como mascotas y en muchas ocasiones sus cabezas y manos son utilizados como objetos de decoración o como trofeos.

Otros han llegado de zoológicos de todo el mundo o recuperados por asociaciones de defensa de los animales. Un ejemplo es el de Karla de 25 años y proveniente de México y que fue amaestrada para bailar sobre zancos y durante el  espectáculo fumaba y bebía en el escenario. Otro caso de crueldad es el de Milla, que fue utilizada como atracción en un complejo turístico de Tanzania y cuando ingresó en Chimfunshi era adicta al tabaco y al alcohol. 

La finca consta de tres zonas. La de acogida, en donde los chimpancés se habitúan a  convivir en grupo; la de vida, donde se encuentran los grupos en espacios abiertos, pero siempre cercados por una valla, y la de confinamiento, donde están los chimpancés mas problemáticos que son incapaces de adaptarse a ningún grupo. Estos suelen ser los que han tenido las experiencias más duras antes de que fueran trasladados a Chimfunshi.

Se estima que en África se cazan más de 4000 chimpancés al año. Durante las cacerías los furtivos abaten a los adultos que tratan de proteger a  sus crías. De cada cinco crías capturadas sólo sobreviven una o dos. Lo que significa que sacrifican 50 adultos para conseguir un par de crías que luego serán vendidas para exhibirlas en espectáculos de ferias.

A comienzos del siglo 20 más de 5.000.000 de chimpancés habitaban el oeste y el centro de África, hoy quedan apenas 150.000. Han sido desplazados de 4 países de los 25 que habitaban. 

 

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