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Category: R.D.del Congo

El Congo llega a su fin…

El Congo llega a su fin…

En mi día de descanso había conseguido hablar con el bueno de Clement  al que la policía había liberado diez días después de su detención  pero con las comunicaciones cortadas no nos fue posible comunicarnos hasta este mismo día.

Hice también los  apaños suficientes para que la bicicleta aguantara los poco más de 140km que me separaban hasta encontrarme de nuevo con el asfalto.

Miraba el mapa emocionado al ver tan cerca la linea roja sobre la carretera que suele,no siempre, significar asfalto.

Tenía todo a mi favor para salir eufórico de Lubudi.

En mitad  de la noche había escuchado llegar a la estación del pueblo al ruidoso tren.Habían tardado unas 35 horas en recorrer los 28km que yo a penas tardé  un par de horas en recorrer con mi averiada bicicleta hacía ya dos días.

Al salir por la mañana pasé por la estación para saludar a mis amigos del viaje.

Jean en su camino al funeral de su hermana seguía ahí, con cara de resignado, y me dio un fuerte apretón de manos junto con otras decenas de personas que se habrían subido en esa misma estación y a las que no conocía.

¡Blanco dame dinero!,-decían algunos.

La salida del pueblo fue horrorosa por al barro de la lluvia que había caído durante toda la noche anterior ,pero a medida que avanzaba por el camino encontraba partes de tierra firme por donde poder pedalear bastante rápido.

Hasta aquí ya no llegaba ningún camión aunque me encontré con pruebas  de que en un pasado si que lo hacían…

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..pero otros sitios hacia que el transporte estrella fueran las bicicletas…

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A medida que avanzaba el día unas imponente nubes se formaban a mis espaldas en el norte…

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…sobre el mismísimo ecuador, y que con el paso de las horas parecían seguir mi misma dirección hacia el trópico de capricornio.

Hacia un calor infernal pero con la velocidad gozaba de un aire  fresco sobre la cara, que desaparecía al detenerme y en un abrir y cerrar de ojos comenzaban a caerme gotas de sudor por todo el cuerpo.En la camiseta solo quedaban las marcas de sal.

Era un día mágico.Había tardado 40 días en cruzar la parte más dura del Zaire, y ahora con la vista puesta en el asfalto corría por mi cuerpo una bonita sensación de haberlo conseguido.¡De verdad que lo había superado!

En los mercados de los pueblos solo había  poco más que harina de mandioca…

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…y como un espejismo era ver…

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…pero ya veía más cerca que nunca Lubumbashi, o la frontera con Zambia, donde sabía que me encontraría con un país más civilizado y moderno, con todo tipo de lujos, como electricidad.

En mis pensamientos soñaba con comerme una chocolatina o algo que no fuera fufu de mandioca.

Al mismo tiempo era imposible que no me recorriera por todo el cuerpo  una bonita sensación de melancolía al recordar el camino recorrido y  toda la gente que había conocido por el camino.Me acordaba de esos días donde pasaba horas empujando la bicicleta sobre el barro o arena y que sobre el mapa no parecía avanzar.

Y  si.El Zaire había sido  duro.

Mi presencia en las aldeas debía ser como ver pasar un extraterrestre.Era siempre el centro de atención…

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…y me fue casi imposible disfrutar de privacidad.

Para acampar  muchas veces prefería un lugar refugiado de las miradas de decenas, o cientos de personas, que no dejaban de gritarme.¡blanco!¡blanco!_DSC2662

Con el paso de los días y el cansancio físico acumulado la paciencia, aguante o tolerancia era inversamente proporcional  hacia cierto tipo de cosas.

Una cosa  reconozco pudo conmigo fue aceptar la manera de dirigirse hacia mi con el termino “blanco” y la constante demanda de cosas: Regálame la bicicleta. Regálame la cámara. Regálame esto. Regálame lo otro.Dame lo que sea.Dame dinero. Cómprame cerveza.Cómprame tabaco.

Y esto solía ser,tristemente, la mayoría de la gente.No era nada nuevo ya que en África hasta el momento estaba siendo la norma, pero en el Zaire se había acentuado.

Aun así me gusta saber que aquello que perdura en mis pensamientos fue la hospitalidad de aquella gente que me trató como uno más, sin importarle mi color de piel o lo que ello les pueda significar.Muchos piensan que todos los “blancos” del planeta(en esto entran Indios,chinos, japoneses,esquimales u occidentales)  somos millonarios y el dinero nos sale por las orejas.

¡Pero si no tengo dinero!,-les decía.

Pero tu gobierno te esta pagando y cuando vuelvas y hagas una película te darán millones.Sino, ¿quien querría hacer esto?,-recibí por respuesta en más de una ocasión.

El original peinado de las mujeres congoleñas, a diferencia del resto de países de África,  no llevan pelucas imitando los peinados de las “mujeres blancas”…

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…y en las pequeñas aldeas la infinidad de niños la llenaban de vida…

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…y en la carretera  sábados y domingos la gente de camino a las iglesias vestía sus mejores galas…

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Me encontré finalmente con el asfalto y ya echaba de menos todo eso.

¿Dónde estaban ya los pequeños restaurantes de carretera?…

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…con un buen plato de termitas…

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La carretera era ahora un goteo constante de camiones viniendo o dirigiéndose hacia las minas.Me encontraba en una zona muy rica en minerales como el cobalto, uranio(de aquí salió el uranio de las bombas de Hiroshima y Nagasaki) y por supuesto el bronce, de ahí el original nombre de la región: el “cinturón de bronce”

Fue en esta región donde vi los primeros pozos de agua en todo el país, que habían sido construidos por la Cooperación alemana.

Tardé otros tres aburridos días en llegar a Lubumbashi donde me quedé en un centro de niños de la calle gestionado por los Salesianos.

Les parecía fascinante que yo fuera español.”¡Igual que Ronaldo!¡Igual que Messi! ¿Son amigos tuyos?”

Puse rumbo finalmente hacia Zambia a solo 100km de distancia.Un hilera infinita de camiones hacían cola durante semanas para cruzar aduanas, y que raro, al cruzar la frontera todo el mundo parecía ir en dirección contraria.

Dejaba después de muchos meses la África francófona , y ahora no solo hablaban inglés, también conducían por la izquierda.

Me costaba creer que pudiera sacarme el visado en la frontera,¡y me dieron recibo! ¡y había electricidad!¡y todo era fácil!

Incluso había un cajero  donde pude darme cuenta que mi tarjeta llevaba bloqueada  más de tres meses ya que la habían duplicado y sustraído mi dinero.

Acaba una aventura y empieza la siguiente.

El tren bala (Versión Congo)

El tren bala (Versión Congo)

Al igual que un empleado que llega tarde a coger el tren para ir a trabajar, nervioso empecé a empujar la bicicleta hacia la estación.

Me imaginaba la escena en la que por unos minutos llegaba tarde y veía el tren alejarse.

Con más entusiasmo que nunca empujaba la bicicleta por el camino de piedras con la rueda deshinchada .Parecía que se me fuera la vida en ello pero me fascinaba la idea de montarme en ese tren.

Llegué al pueblo de la estación y pregunté si ya había pasado el tren a unas personas que estaban sentadas bajo la sombra de un árbol.

Nadie sabía responderme y me parecía muy raro porque el paso de un tren por ese pueblo debía ser el evento del año.

Iba preguntando de persona a persona.Al igual que cuando pregunto por direcciones formulo la pregunta para que la respuesta no sea un sí o un no.

Si preguntas, ¿el tren se ha ido ya? Seguramente te responderán que sí.

Si preguntas , ¿es por ese camino? La respuesta será seguramente  sí.

La pregunta ha de ser, ¿cuál es el camino? Y la respuesta aunque seguramente sea si, eliminas cualquier duda o incertidumbre a la hora de tomar una decisión.

Vi a un hombre  al otro lado de la calle en lo que parecía ser la única tienda del pueblo. Me tranquilizó diciendo que el tren no había llegado aún pero estaba a punto de hacerlo.

Me llevó hasta la estación y me pidió  dinero por  ahora ser mi amigo.

En la estación había un grupo de mujeres con unos taburetes vendiendo cacahuetes, plátanos y por supuesto fufu de mañoca.

Una hora más tarde seguía esperando al tren a pesar de que habían pasada más de cuatro horas desde que lo había visto y escuchado entrando en la estación anterior ,a tan solo 12km de distancia.

Muy a lo lejos se podía sentir la vibración sobre las vías y aunque era en línea recta no podía ver aun ningún tren a lo lejos.

Pude finalmente escuchar el tren avisando de la entrada en la estación.

La gente cruzaba las vías sin parecer importarles la llegada del tre, al igual que unas cabras no dejaban de pastar las hierbas que rodeaban la estación.

No parecían tenerle ningún temor a esa mole ruidosa de acero que se acercaba más lento que la velocidad de una persona que camina con muletas.

Llegó a los arcenes y la gente se bajaba de los vagones con el tren todavía en marcha.

Me dirigí al maquinista para explicarle mi problema a ver si existiera la posibilidad de subir mi bicicleta en el tren.

Por supuesto no había ningún problema. Aunque hubiera sido un tractor hubieran encontrado la manera de hacerlo.

En el último vagón iban un hombre y dos de sus mujeres junto a sus bebes acostados sobre sacos de harina de mañoca…

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La bici entraba perfectamente, y una vez colocada me fui a comer mi plato de fufu de mañoca antes de partir.

No había terminado el plato cuando  el tren arrancó y rápidamente saqué dinero para pagar sin poder terminarme el plato. De entre tanta gente yo era el único que parecía tener prisa.

El tren estaba avanzando para descolgar los vagones ya que tenía que volver a la estación anterior para recoger la otra mitad, que los habían descolgado debido a que la locomotora no tenía potencia  suficiente para llevar todos a la vez.

Calculaba que si tardaba el mismo tiempo en hacer el mismo trayecto serían mínimo 6 horas las que tendría que esperar hasta que volviera para engancharnos y continuar hacia la próxima estación.

Preguntaba  a la gente y todos decían que no, que mucho más rápido. No debía preocuparme. En una hora como mucho.

No estaba muy equivocado cuando el tren apareció con el resto de vagones justo al atardecer, 7 horas más tarde.

Se estaba haciendo de noche y mi mejor opción era dormir en ese vagón con la esperanza de por la mañana haber alcanzado  mi destino,Lubudi, a 45km de distancia.

La locomotora descolgó los vagones y se fueron a reparar “algo” a “nosedonde” . Volverían como mucho en un par de horas.

Me metí en el vagón y me rocié de repelente de mosquitos ya que aquello estaba plagado.  El zumbido de todos ellos juntos era ensordecedor y tenían una predisposición a volar muy cerca de la oreja.

Busqué un hueco al final del conteiner entre dos sacos de harina de mañoca y saqué mi saco sabana…

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No tardé mucho en dormirme. Casi el mismo tiempo en levantarme con el llanto de los bebes.

Me despertaba cada poco tiempo con la esperanza de encontrarnos ya en movimiento, pero amaneció y ahí seguíamos varados en la misma estación.

En la estación  se escuchaba música y gritos de gente borracha.

Era la primera vez que veía electricidad en más de un mes, que pertenecía a la red ferroviaria.

Finalmente un ajetreo me despertó al engancharnos  la locomotora que ya estaba, por fin, de regreso.

La mitad de los vagones se quedaban ahí, lo que significaba que en algún momento tocaría volver a por ellos.

Arrancamos a una velocidad tan lenta que podría haber tenido una conversación tranquilamente con un peatón.

Tenía curiosidad de ver la velocidad que llevábamos y encendí el GPS. 3 km/h

Aun así, calculaba que en las 12 horas que quedaban de sol  podríamos alcanzar mi destino.

Dentro del conteiner junto a Jean y sus dos mujeres, estaba Laurent, un hombre que iba al funeral de su hermana y llevaba de travesía más de una semana en la que había recorrido tan solo 80km de los 200km que le separaban del pueblo de su difunta hermana.

Dos horas más tarde, tuvimos que dar media vuelta ya que venía un tren en la otra dirección y solo había una vía. Tuvimos que deshacer los 6 km que tanto nos había costado recorrer.

Y vuelta a empezar.

Ahora ya parecíamos avanzar. En los llanos alcanzábamos una velocidad considerable de 20 o 30 km por hora, que con el estado de las vías parecía que íbamos a descarrilar en cualquier momento.

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En aquellos tramos que había algo de pendiente, volvíamos a los 3 km/h.

En las subidas podía estirar la mano y tocar las ramas de los árboles como entretenimiento.

De repente el tren comenzaba a ir marcha atrás.

Se había ido la luz y  por gravedad descendíamos de nuevo.

La primera vez la luz se fue solo una hora, la segunda vez fueron un par de horas, y nos refugiamos todos los hombres en la sombra de la selva durante las horas más calurosas, ya que el vagón era un auténtico horno…

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Las mujeres y los niños se quedaban dentro.

En las horas compartiendo aquel vagón conocí historias interesantes, que bien muestran y resumen fácilmente muchas cosas que llevaba viendo en el país.

Laurent que se dirigía  al funeral de su hermana llevaba metido en ese tren más de una semana.Parecía tranquilo.El tiempo no era un factor por el que merecía la pena perder los nervios.No tenía otra opción.Eso era parte de sus vidas.En total calculaba tardar unas tres semanas en llegar a su destino.

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Era un hombre culto perteneciente a los Testigos de Jehová. Tenía un amplio conocimiento de lo que pasa en el mundo. Un hombre bondadoso y de corazón enorme.

Tenía una sola mujer y tres hijos. Según decía ,si hubiera tenido más no podría haberle dado a todos las mismas oportunidades.

Luego estaba Jean. Viajaba con sus dos mujeres y 3 de sus 6 hijos. La primera mujer le había “dado” cinco hijos de los cuales tres eran trillizos. La segunda solo un varón.

Mencionaba delante de todos a su mujer favorita por haberle “dado” más hijos.

Ella, su primera mujer, no vacilaba en tirarme los trastos y decirme que me amaba. Que la llevara a Europa. Que se había enamorado de mí.

“Je t´aime”

Lo decía tan en serio que parecía broma.

Yo no sabía que contestar. El marido se reía pero parecía algo molesto.

Cuando llegaran le iba a dar una buena paliza me comentó  Jean.

-¿Pero la vas a pegar? ¿En serio? ¿A tu mujer? ¿A la madre de tus hijos?

-Por supuesto. A veces no sabe comportarse.

-En mi país pensamos a aquellos que pegan a las mujeres son unos cobardes y lo peor de la sociedad,-dije en tono ofendido, a lo cual Laurent que estaba escuchando toda la conversación se puso de mi lado y me comentó “que los Testigos de Jehová excomulgan a aquellos que pegan a sus mujeres”

Jean en vez de ofenderse se lo tomaba a risa. Desde luego él no lo veía como algo cobarde, sino como algo normal.

Eran ya las 4 de la tarde .Llevaba  29 horas metido en el tren y habíamos recorrido tan solo 27km.

El tren paró en una pequeña estación donde decenas de mujeres tenían montados sus puestos de comida.

Con que supieran que el tren estaba en la estación anterior les daba tiempo a preparar cualquier cosa. Podrían haber preparado un cocido dejando los garbanzos en remojo toda la noche y aun así el tren todavía no habría llegado.

Decidí bajarme ahí ya que el tren ahora tenía que volver a por el resto de vagones.

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¡No te vayas, quédate!-me decían otros viajero.- Ahora va a ir mucho más rápido. En un par de horas está de vuelta y esta noche llegamos a Lubudi

Por supuesto que no les hice caso.

Me despedí de Laurent con un fuerte abrazo y me miró con pena.

La idea de recorrer el mundo solo y sobre una bicicleta era algo que hasta ahora nadie alcanzaba a entender los motivos.

Pero yo me sentía en ese momento la persona más afortunada del mundo.

Un borracho agresivamente intentó atracarme  en el pueblo, pero varios pasajeros, que ya eran mis amigos, salieron en  mi defensa, especialmente la primera mujer de Jean, que se puso a gritar y dar palmadas al aire en modo recriminando y enzarzándose con el atracador.

Decidí sacar la cinta americana y forrar la cubierta de la bicicleta e irme lo más rápido posible  para recorrer los siguientes 28km.Esperaba que el borracho no se hiciera con una moto y fuera a mi encuentro por los inhóspitos y solitarios caminos.

Tenía menos de 3 horas de luz y muchas ganas de llegar.

Sobre la bicicleta me sentía pletórico.La vegetación era espesa y el color de la tierra roja.Seguía en el Congo.

Con el viento que preceden las tormentas comenzó a refrescar y con las primeras gotas me impregné del olor de la tierra húmeda.

Caían rayos y el estruendo retumbaba detrás de los árboles y el agua convertía el camino en una pista resbaladiza.Aquello sería una barrera para cualquier camión.Con esas pendientes y los acantilados ningún camión se atrevería a pasar por ahí.Pero nunca se sabe.Estamos en el Congo y aquí la gente esta acostumbrada a encontrar soluciones.Y al parecer siempre hay una.

Pero como más tarde me comentaron, tendrían que esperar hasta que llegara de nuevo la temporada seca.

Y yo llegué a Lubudi bien entrada la noche.

Me tome el siguiente día de descanso y el tren todavía no había llegado.

 

 

¡Colonizadnos de nuevo por favor!

¡Colonizadnos de nuevo por favor!

Según me habían comentado ya había superado el tramo de “carretera” en peor estado , aunque las lluvias habían comenzado de nuevo, y sí,a pesar de eso esta vez tenían razón…

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No había recorrido ni 30km cuando a lo lejos vi el edificio más bonito que que había visto en toda el África subsahariana exceptuando aquellos en Etiopía y algunas fortalezas en las costas del África occidental.

Una iglesia aparecía a lo lejos del camino a la vez que las nubes negras de la tormenta que me acababa de empapar  se alejaban con unos tímidos rayos del sol colándose entre las nubes al atardecer, haciendo más bonito todavía este monumental edificio…

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En África una de las cosas que más he echado en falta son edificios antiguos y arquitectura diferente.La mayoría de las veces las bonitas y sencillas casas de adobe con techos de paja y hojas secas son remplazados por horrorosas construcciones de hormigón y techos de metal,lo que podría calificarse como arquitectura moderna africana a lo largo y ancho de todo el continente,haciendo casi todos los pueblos replicas uno del otro.

Suele ser el color de las compañías de móvil de cada país lo que adorna las tiendas y casas, junto a logotipos de Coca-cola.

No solo es feo visualmente estas edificaciones,sino que durante el día esos techos de zinc convierten las casas en un horno, por la noche la temperatura en el interior no parece bajar, cuando llueve el ruido de las gotas sobre el metal hace un ruido espantoso y  cuando un pájaro se posa sobre él es como si estuvieras debajo de un tablado de flamenco con sonido metálico.

Decidí parar en esa iglesia que no parecía abandonada ya que la maleza parecía crecer bajo control, y me preguntaba cómo allí, en mitad de la nada, habían decidido construir semejante iglesia.No se podría llenar ni aunque asistieran todos los habitantes de las aldeas cercanas, más teniendo en cuenta que en cada aldea hay innumerables sectas y casi más iglesias que casas.En el Congo estaba viendo más densidad de profetas que en Ghana.Y ya es decir.

Me llevé la maravillosa sorpresa de encontrarme en esa vieja misión, la segunda más antigua del país,a un misionero indonesio de la isla de Flores.

A pesar de los bonito e inmenso del edificio seguía sin ver electricidad y el agua de la misión era de la lluvia.

Indonesia había sido mi primer país en esta vuelta al mundo hace ya casi cinco años, y llevaba desde entonces  cargando en el corazón y en mis alforjas maravillosos recuerdos no solo de sus paisajes, sino de sus gentes.

Él no  estaba solo allí  para llevar la palabra de Dios.

Trabajaba muy duramente en proyectos de desarrollo  enseñando a sacar provecho a las tierras, en lo cual los indonesios son expertos.

Con un pequeño arrollo y algo de desnivel había creado pequeñas piscifactorías y terrazas de arrozales.Había creado una mini -Indonesia allí,en mitad del Congo. Conversar con él  me trajo grandes recuerdos  y hasta melancolía, y disfruté con su gran y buen sentido del humor…

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Me preguntaba si habrían liberado ya a Clement,el buen hombre que habían retenido por dejarme acampar en su terreno, pero con las comunicaciones todavía cortadas me era imposible saber de él.

Continué mi camino hacia el sur por pistas en mucho mejor condición  sin apenas más tráfico que algunas bicicletas…

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Pero, ¿Dónde estaban todos los camiones? Tardé un par de días en llegar a un tramo dónde posiblemente estaban todos atascados.

Los camiones sobrecargados de mercancia y pasajeros intentaban con ramas hacer el camino transitable, donde algunos camiones estaban sumergidos en el barro…

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Al verme llegar ,un hombre se acercó corriendo y en un muy buen francés empezó a gritarme:

-¡Volver por favor!

-¿Volver quién?,-le digo sorprendido

-Vosotros, los belgas. Colonizadnos de nuevo ,¡por favor!

-Pero yo no soy belga, soy español.

-Da lo mismo. El hombre blanco. ¡Míranos! Vivimos peor que nuestros ancestros pero la gente no se queja porque los que nos roban son negros pero era mucho mejor cuando nos robabais vosotros los blancos.

¡Llevamos aquí más de tres semanas! Hay camiones que llevan un mes. El agua que tenemos es la de los ríos que están sucios, nuestros hijos se ponen enfermos. Hay muchos mosquitos. Si queremos ir a un hospital tardamos semanas en llegar. ¡Mira!¡mira! ¡Esta es la carretera principal del país!¿Te lo puedes creer?

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Las palabras de este hombre no me dejaron indiferente. Sin darme cuenta había normalizado todo, pero tenía razón. ¡Eso era inhumano!

Nunca había visto nada parecido.

Cómo un mero testigo lo único que podía hacer era desearles suerte. Se apoderó de mí una agónica gran sensación de impotencia.

Me hizo prometerle que le mostraría al mundo las condiciones en las que vivían.

Yo continúe mi camino empujando la bicicleta por el barro…

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…y no dejaba de encontrarme a lo largo de unos pocos kilómetros camiones atascados en ese infierno. Algunos habían avanzado 200 metros en dos semanas…

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No es solo el estado de las carreteras, o que la policía no cobra sueldo y el dinero lo sacan robando a la gente, o que no hay colegios públicos y aquellos privados que hay son tan caros que la gente no tiene acceso a ellos, o que no hay electricidad ni pozos de agua.Hubiera entendido esto si fuera en algún país donde no hay riqueza, y es justo en el país donde más hay que la gente tiene menos.

Había visto algún cartel donde decía que la mejora de la carretera había sido financiada por la Unión Europea.¿Dónde había ido a parar ese dinero?

Pero lo que más me sorprendía era que la policía cobraba peaje por usar esta carretera.

Me volví a encontrar con el Río Congo más de mil kilómetros más que tarde que la ultima vez que  lo crucé hacía ya más de un mes.

Allí estaba a lo lejos…

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A pesar de estar cerca de su nacimiento seguía siendo  majestuoso…

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Las montañas por donde transitaba la carretera eran de afilados pedruscos…

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… que acabaron por romper mi maltrecha cubierta. Llegué empujando la bicicleta hasta Mukulakulu, donde confié en un zapatero que cosiera la cubierta por cuarta vez.

“Con esto llegas a Sudáfrica. No te preocupes, ya verás. Está perfectamente cosido”

Por la mañana me desperté con el ruido de una locomotora. Era el famoso tren congoleño que llevaba avisando de la entrada a la estación más de dos horas.

Subí un pequeño puerto y por el valle podía ver el tren moverse a una velocidad ridícula, cuando de repente  escuché una pequeña explosión.El apaño que el zapatero había hecho en la cubierta había aguantado exactamente 6,9 kilómetros.

Miré el mapa y vi que en el siguiente pueblo había una estación de tren. Se me ocurrió una idea brillante.

Me preocupé por si llegaría a tiempo para poder coger el tren hasta el siguiente gran pueblo a 45 km de distancia. Sin arreglar el reventón empujé la bicicleta los 5 km que me separaban de la estación.

Tenía ganas de ver y montarme ese tren que circula por las vías que llevaba viendo semanas…

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Pero esa historia merece un capítulo por si solo, que podría ser el guión de una película de humor, o de terror, dependiendo de si vives en el Congo o solo estas de paso, como era mi caso.

En el corazón de las tinieblas

En el corazón de las tinieblas

No acababa de creerme la suerte que había tenido por encontrarme  en esa zona en la “petite season sèche”, donde no había visto una sola gota de agua caer del cielo, a pesar de encontrarme en una de las zonas mas húmedas del planeta.Con un poco de lluvia esas dos semanas se hubieran convertido en un mes bastante largo.

¿Os imagináis esto lleno de barro?

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En Tshikapa pude disfrutar de mi primer día de descanso en más de dos semanas de duro camino.

Me acogieron en una vieja misión católica que mostraba un pasado glorioso.

Un bonito edificio centenario de  ladrillo donde el tiempo no parece perdonar con un presente decadente.

Del techo colgaban algunas bombillas que no han visto electricidad en muchos años, y las tuberías ahora oxidadas explicaban que en un pasado hubo agua corriente.Hoy hay que ir a un pozo donde sacar agua turbia con la que lavarse y cocinar, y los pocos cristales que quedan en las ventanas son minoria frente a trozos de cartón que sustituyen al vidrio.

Llevaba sin ver electricidad desde que salí de la Republica del Congo,aunque no había dejado de ver a lo largo del camino torres de alta tensión provenientes de las presas de Inga, en el majestuosos Río congo ,que Mugutu construyó en su peculiar reinado y que tiene capacidad para suministrar electricidad  a todo el continente.

A pesar de eso, encontrar una bombilla encendida o simplemente tener acceso en este país a electricidad  parece algo tan lejano y remoto como la frontera con Zambia.

Esa electricidad es consumida y disfrutada en los países vecinos,algunos tan lejanos como Sudáfrica.

La misión  en la que me alojaba fue donada y construida durante la época colonial por una empresa minera belga que explotaba los diamantes en el río Kasai que atraviesa la ciudad.

Hoy en día queda poco más que los resquicios de lo que fue en su día abundancia y riqueza.

Me preparaba para cruzar el peor tramo del camino a pesar de escuchar por parte de los lugareños todo lo contrario.Al igual que en el camino que me había traído hasta aquí, parecían decirme aquello que quería oír. Siempre lo que venia por delante era mejor que lo que dejaba atrás, aunque no hubiera nada más lejos de la realidad.

Llegué por fin al puente que cruza el río Kasai.Un puente de hierro y madera desde donde se puede observar a decenas de personas escavando en los bancos del río en busca de diamantes.Sobre el puente la policía de minas vigila que nadie consiga nada sin ellos sacar tajada.

Crucé el puente pedaleando entre cientos de personas transportando sus mercancías sobre la cabeza, bicicleta y los más afortunados sobre motocicletas.

Cuando terminaba el traqueteo de las maderas que hacían de suelo, un policía muy malhumurado que vestía  unos pantalones varias tallas más grandes que la suya,me dió el alto.

-No esta permitido cruzar el puente en bicicleta.Es muy peligroso.Podrías haber causado un accidente.

No me hizo falta levantar la vista para ver pasar 5  personas sobre la misma moto, una camioneta en la que la gente iba subida hasta en el capó y agarrada del guardabarros.

-Vas a tener que pagar una multa.Normalmente serían mil dolares, pero como se que lo has hecho sin querer con 100 dolares te dejamos pasar.Queremos ayudarte.

A pesar de sus absurdas palabras el policía parecía ir en serio.

-Pero no tengo nada de dinero. ¡Mírame! ¡Voy en bicicleta!

-Entonces vamos a tener que encerrarte,-dijo con voz intimidadora y un tono bastante alto.

Sin perder la calma y todavía con la suficiente paciencia por no llevar más de 20 minutos en bicicleta, aparqué la bicicleta y me senté en una sombra junto a otro hombre detenido que sujetaba una cabra.

Un policía más simpático me dijo,”Nosotros solo hacemos nuestro trabajo.Mira este hombre.Lo hemos detenido porque seguramente haya robado esta cabra.No tiene los papeles”

Una multitud de curiosos nos rodeaba mientras yo seguía sentado  en una silla de plástico en la que una de las patas había sido atada con una cuerda y parecía que iba a caerme en cualquier momento.

El policía malhumorado incomodo con tanta gente sacó una cadena de una moto y se puso a pegar palos al aire asustando a los allí presentes.Mala suerte la de un pequeñajo que recibió un duro golpe en el hombro, y rompió a llorar.

Los policías se habían regateado ellos mismos hasta el precio de 5 dolares, pero yo seguía negándome a pagar.

Finalmente,entre tanta gente que atravesaba el puente apareció un hombre mayor al que los policías saludaron con respeto.

Se interesó por mi y se acercó a escucharme.Le expliqué que estaba viajando  y nadie me había dicho que no se podía atravesar ese puente en bicicleta, y le comenté de lo absurdo que me parecía toda esa situación.

La mayoría de las veces que me he encontrado en un problema ha sido cuestión de tiempo en que apareciera alguien dispuesto a ayudar. Confiar en la bondad de la gente ha sido siempre mi mejor aliado, que suma mucho más ante  la aptitud miserable de aquellos que someten a este continente.

Esta vez no fue diferente y pude continuar mi camino con una anécdota más gracias a aquel buen hombre.

Pero el hombre de la cabra se quedó allí retenido.

El camino de salida de Thsikapa atravesaba  literalmente los patios de las pequeñas chozas de adobe por un  terreno  arenoso que me obligaba a empujar la bicicleta para avanzar ante la atenta mirada de los vecinos que no se explicaban los motivos de aquel  mercader blanco.La bicicleta les descolocaba, pues es un medio de transporte para los pobres, algo que no se asocia con el color de mi piel.

¿Que vendes?- me decía alguno.

Los niños se acercaban corriendo gritando “mutoke” (que significa hombre blanco en esa zona) y al no poder avanzar más  rápido que ellos la multitud se multiplicaba y los niños aparecían por todas partes.

La voz corría más rápido que  yo y me estresaba tanto chillido.Admito que ser recibido al grito de” ¡blanco,blanco!”, era del todo desesperante.

Salí por fin de Tshikapa hacia mi siguiente destino, la ciudad de Kananga, por carreteras en peor estado que las que me había encontrado…

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Tuve un gran susto  al encontrarme con una serpiente, la víbora del gabón,mientras empujaba la bicicleta y ésta parecía camuflada con el color de la arena.

Los dos congoleños con los que me encontraba parecían mucho más asustados que yo, y tardaron poco en matarla con un machete.

La Víbora del gabón, aunque no tan agresiva como la Mamba negra, es la que tiene el veneno más potente, y en una zona tan remota una mordedura significaría muerte, por lo que no me pareció mal  ver como la mataban.

Tardé una semana en recorrer los poco más de 250 km hasta Kananga, y me encontré con una ciudad revolucionada y alterada con mucha presencia policial y militar, hasta en las zonas rurales…

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El presidente Kabila había cambiado de nuevo la constitución a su medida y se habían producido varias manifestaciones a lo largo y  ancho del país como protesta.

Algunas organizaciones hablaban de mas de 140 personas asesinadas a manos de la policía, y se había declarado el toque de queda en muchas ciudades, entre ellas Kananga.

Durante casi un mes cortaron completamente las comunicaciones en todo el país y mientras seguía avanzando hacia la siguiente gran ciudad,Lubumbashi,tan solo recibía información por parte de los ciudadanos.

En un país tan inestable y caótico como la R.D.Congo,lo más importante era conseguir  información.

Ésta era ambigua y de poco fiar,ya que la única fuente  era la del gobierno.La menos fiable de todas.

Temía encontrarme en un país en camino hacia el caos,quien sabe si hacia una nueva guerra civil,pero la brutal fuerza usada por la policía para contener las revueltas hizo que la vida siguiera con total aparente normalidad.

Mi bicicleta comenzaba a sufrir y no había día en que no tuviera que dedicarle tiempo para ir reparando las cosas que comenzaban a fallar…

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…a veces con apaños que me sacaran del apuro…

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…y otras más “profesionales”…

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…y estaba en posiblemente el ultimo país donde poder encontrar las piezas necesarias, aunque la bicicleta sea el medio de transporte más usado del país y hubiera talleres bastante a menudo…

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El día antes de llegar a Mwene-Ditu el director de un colegio me permitió acampar en el patio.

Tres días más tarde un hombre sentado en la parte de atrás de una moto me alcanza y mientras se pone a mi altura  me dice que necesita mi ayuda.

Parece muy nervioso y aunque su cara me es familiar no soy capaz de recordar de dónde.

“¿Te acuerdas de mi padre? Te quedaste a dormir en su colegio.En cuanto te fuiste la policía vino a arrestarlo porque te había alojado.Se creen que le diste mucho dinero y ahora ellos se lo piden a él.Lleva tres días en el calabozo.Por favor ayúdanos”

Entonces reconocí perfectamente su cara y me acordé del fuerte abrazo que me dió su padre al despedirme.Revisé la foto que hice antes de partir donde estaba su hijo…

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No sabía que hacer.Se me llenó el cuerpo de tristeza y rabia.

Los malditos hijos de puta de la policía de aquel pequeño poblado habían encarcelado a un buen hombre por el mero hecho de permitirme dormir en el patio de un colegio.

Decidí ir al cuartel general de la policía en el que no me hicieron ni caso y probé suerte con inmigración.

El jefe de inmigración parecía dispuesto a ayudarnos, pero en este país donde la corrupción esta institucionalizada las cosas parecían muy complicadas.

Él era católico, por lo que decidí enseñarle la carta del obispo y entonces se puso más a mi favor.

Pensé en volver al pequeño pueblo y hablar con el mal nacido del policía yo mismo,pero me aconsejaron que no lo hiciera.

“Con esa gente no se juega.No te preocupes, te prometo que me encargo yo de que lo liberen.El no ha hecho nada malo.”

Confirmamos con la superintendencia que sí que estaba detenido,y dándome su palabra que lo liberarían lo antes posible me dijeron que continuara mi camino y me mantendrían informado.

No se cómo lo haría, ya que llevábamos semanas con las comunicaciones cortadas.

Al día siguiente,antes de continuar  , con un fuerte abrazo y con lagrimas en los ojos me despedí del hijo.Le dí todos los dolares que tenía encima ya que en el fondo era esa la única solución que veía factible,y mientras continuaba no podía sentirme más agradecido de haber nacido donde he nacido.

Llegué, por fín ,a la región de Kasai.

Llegué, por fín ,a la región de Kasai.

Llegué a Kikwit por una carretera bien asfaltada y sin tráfico, pero dejé la ciudad y desapareció el asfalto hacia mi siguiente destino:Tshikapa, en la region de Kasai occidental.

En los pueblos mi presencia causaba una histeria colectiva.

Los niños se acercaban corriendo gritando: “¡Chino, chino, chinoooo!!”…

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-¡Pero si no soy chino!,-les vacilaba yo.

-Los chinos tienen los ojos así…

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Entre risas comenté con un anciano cómo era posible que la gente me encontrara algún tipo de parecido con los chinos.

“Es que fueron ellos quienes construyeron esta carretera.Mira, no tiene ni dos años y ya tiene socavones”

Comenzaba la pequeña estación seca, cuando durante unas semanas no se esperaba ni una gota de agua, a la vez que poco más de mil kilómetros al sur ,dirección al trópico de capricornio, comenzaba con fuerza la temporada de lluvias con sus pertinentes inundaciones.

Quería aprovechar ese respiro que me daba el clima para cruzar el corazón de la República Democrática del Congo donde las carreteras desaparecen y hay que abrirse camino entre el barro , arena y vegetación.

Me encontraba a más de 1000 msnm, y el amanecer me recibía siempre con aire  fresco y húmedo, bajo una densa niebla que comenzaba a desaparecer a la vez que el sol se alzaba en el cielo…

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Echaba en falta los pozos de agua que venía encontrándome en todos los países del África subsahariana, donde fácilmente podía rellenar mi botella . Aquí, sin querer saber de donde sacaban el agua, les daba la botella y esperaba a que me la devolvieran llena.

Un día vi como la llenaban de un barril oxidado de agua recogida de los sucios tejados durante la lluvia.

Al anochecer paraba en la primera aldea y pedía permiso al jefe  para pasar la noche en su pueblo.Era siempre para él un honor recibir a un forastero e intentaba mantener alejados a los niños de mi, que resultaba ser tarea imposible…

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Cada noche compartíamos un plato de “fufu” bajo las estrellas.

La carretera, por llamarlo de alguna manera, era la N1, que conectaba las dos ciudades más grandes del país.Tan solo unos pocos camiones atestados de gente y  mercancía se aventuraban a recorrerlo.El medio de transporte preferido en este vasto país es por sus infinitos ríos navegables.Muy entendible al ver el estado de las carreteras…

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Entre pueblo y pueblo la gente transportaba mercancía sobre bicicletas. Solían hacer equipo entre dos.Uno empujaba y el otro guiaba…

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Con muchos de estos porteadores compartí días en nuestro camino hasta Tshikapa. A todos nos tocaba empujar la bicicleta sobre la arena, aunque en las bajadas  ganaba ventaja ya que mi bici tenía pedales y frenos.Les era extraño ver al hombre blanco sufriendo como ellos.

El estado de la carretera principal era  lamentable debido al paso de los camiones …

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…y la manera más fácil de moverse era por los pequeños senderos que conectaban las aldeas por donde no podían pasar mas que bicicletas…

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_DSC2485… y peatones…

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Llevaba días viendo la ciudad de Tshikapa sobre el mapa y sobre él parecía nunca avanzar.Había días que desde el amanecer hasta el atardecer a penas había recorrido 20km…

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Me sentía como una autentica celebridad.En cuanto paraba me encontraba rodeado siempre de gente…

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En una ocasión paré a cocinar en una pequeña aldea.Se formó un circulo alrededor mio y en un idioma intangible  tan solo podía entender la palabra “satelite” , en una conversación que intuí sería sobre mi.

Finalmente un joven decidió acercarse y preguntarme si había un satélite siguiéndome y vigilándome.

Casi dos semanas tardé en llegar a Tshikapa desde Kikwit, empujando la bicicleta la mayor parte del tiempo.

En los últimos kilómetros me despedía ya montado y pedaleando sobre mi bicicleta de los porteadores que también alcanzaban su destino.Tuve esa extraña sensación de cuando recorres el camino de Santiago y a la entrada a la ciudad vas saludando lleno de felicidad a tantos peregrinos que te has ido encontrando día tras día a lo largo del camino .

Me volvió a parar la policía y me confiscaron el pasaporte.Tenía que mostrar un documento oficial que explicara lo que estaba haciendo.¿Cuál era mi misión?¿Quién me enviaba?

Tenía que pagar también las fotocopias, una carpeta para guardar los documentos, y la gasolina de la moto del jefe de policía que estaba en camino.

Conseguí salir airoso de esa batalla.

“Danos algo.Con 50 dolares nos conformamos”

Quería descansar un día y preparar la siguiente etapa del viaje, que según había escuchado, era la más dura.

Evitar Kinshasa ¡Prueba superada!

Evitar Kinshasa ¡Prueba superada!

Me habían aconsejado que  me desviara un par de kilómetros más adelante por un camino a la derecha por donde atajaría para encontrarme con la carretera principal “donde el camino está en perfecto estado y no me va a costar avanzar”.Me comentaron incluso que “alguna vez ha pasado un coche por ahí”.

Me encontraba sorteando charcos inmensos de barro y agua verde por algunos tramos de la selva por pequeños senderitos que zigzageaban entre la densa vegetación evitando las partes más machacadas  por los pocos camiones que se aventuran a atravesar esta inhóspita zona del Congo.

El camino muchas veces no era más que un lecho de río afortunadamente  seco…

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Me crucé con un camión atascado en el camino donde la gente se quedó atónita al verme pasar.No acababan de entender de donde venía y a donde iba…

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-¿A dónde vas?

-A Lubumbashi.

-¿¿A Lubumbashi??!!¿¿En bicicleta??¿¿¿Con ésta bicicleta???

-Si.¿Y vosotros a donde vais?

-A Kinshasa.

-¿Cuanto tiempo tardáis en llegar en camión a Kinshasa?

-Una semana más o menos, pero llevamos aquí dos días sin poder avanzar.

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Después de abandonar la espesa vegetación alcancé lo que parecía una planicie y la única persona que vi en todo el día desde por la mañana fue un paisano …

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Llegué por fin después de varias horas a la “carretera” que me llevaría hasta la carretera principal y no me sorprendió encontrarme con una de las peores carreteras que jamás me había topado. Las erróneas y optimistas indicaciones de los locales no me habían pillado desprevenido.

La carretera era un mar de arena donde las huellas de los camiones eran tan profundas que mi bicicleta cabía entera dentro de ellas…

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Alrededor no había bosque ni árbol alguno¿Si estoy tan cerca del ecuador por que ya no hay selva?

En muchas ocasiones se debe a la acción del ser humano, aquí es simplemente por el tipo de terreno.Arena.

El cielo azul no me daba tregua alguna del implacable sol y empujando la bicicleta a una velocidad absurda no corría una gota de aire.El calor era insoportable pero lo prefería a encontrarme bajo un torrente de agua en esta carretera.

Al llegar la tarde las mismas nubes que los días anteriores aparecían por  el oeste me ayudaban con sus húmedos vientos  en mi dirección hacia el este.A veces si avanzaba fuerte y me dirigía en linea recta conseguía que la tormenta no me alcanzara o lo hiciera más tarde aprovechando hasta el ultimo minuto del día.

Decidí parar en una pequeña aldea donde unos jóvenes tostaban unas mazorcas de maíz en el fuego a la vez que me gritaban “¡ hey hombre blanco!”

Pregunté por el jefe de la aldea y pedí permiso para dormir allí.En su jardín tenía un enorme limonero con sus frutos a punto de caer de las ramas.Después de aceptar a que me quedara en su pueblo mandó a uno de los niños que cogiera algunos limones y me los diera.

El jefe no hablaba nada de francés pero uno de los jóvenes  me hizo de traductor a la vez que explicaba a toda la gente que se había congregado allí curiosa ante mi presencia.

Busqué un lugar protegido de la lluvia y monté la tienda bajo la atenta mirada de media aldea que se había acercado a observarme.

Las mujeres más mayores  habían traído sus taburetes y la vida ahora parecía transcurrir alrededor mio mientras montaba mi hogar….

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Un hombre se encargó de pedir a las mujeres que me dieran un cubo de agua y me indicaron donde lavarme.Un pequeño habitáculo a cielo abierto.

Una de las cosas que más llamaba mi atención era la cantidad de niños en cada aldea…

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Todos me dedicaban sonrisas y muestras de respeto, y el grupo de jóvenes que estaban sentado alrededor del fuego se acercó para ofrecerme una mazorca de maíz tostado y un porro que se acababa de liar  en medio  de toda la aldea.

¿Sabes lo que es esto?-me pregunta con los ojos medio cerrados.

Era un grupo de diez jóvenes que habían emigrado de la ciudad para cultivar mañoca en estos interminables campos.

La mañoca era desde hacia meses el único alimento disponible.

Preparado con harina se hace una bola llamada “fufu” y suele acompañarse con un puré a base de las hojas de la misma planta…

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Mañoca con hojas de mañoca.Desayuno,comida y cena.

Un alimento poco nutricional pero muy funcional.Te llena.

Se cerró el cielo y comenzó a diluviar.Me refugié dentro de la tienda y pude disfrutar de un poco de tranquilad.

Una vez anochecido y disfrutando de la oscuridad africana  veía como la tormenta se alejaba en mitad de la noche.

Apareció Jean, el hijo del jefe de la aldea,con un plato de comida.

-Te hemos traído algo de comida.No se si sabes come se como esto-refiriéndose a la mañoca.

Le invité a sentarse en mi esterilla y compartimos el plato acompañandose con un caldo con un gran hueso.

-¿Que carne es esta?

-Perro.

Al día siguiente  con el sol todavía escondido detrás de unas pocas nubes en el horizonte desmonté la tienda y me despedí de toda la aldea apoyando mi mano derecha sobre el corazón.

Tardé 5 horas sobre una pista horrorosa en alcanzar la carretera principal,la N1,y así conseguí evitar por la capital Kinshasa.

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Tenía por delante 400 km de asfalto en una carretera recién construida por los chinos hasta Kikwit,luego  me esperaban  1500km de tierra y arena por una de las peores carreteras del mundo hasta Lubumbashi, la segunda ciudad del país en la región de Katanga, en el extremo oriental.Los camiones suelen tardar 4 meses desde Kinshasa hasta Lubumbashi, y yo tenía solo dos  de visado en el pasaporte para hacerlo en bicicleta.

Los que menos tienen.Los que más dan.

Los que menos tienen.Los que más dan.

Era el 1 de enero y había pasado la nochevieja más saludable y económica de mi vida.

Al amanecer ya estaba sobre la bicicleta despidiéndome del pueblo de Kwamouth, donde todavía había gente saliendo de las iglesias después de una noche en velo rezando por un prospero año nuevo.

Algunos por las calles iban dando tumbos y el olor a alcohol se apreciaba desde a lo lejos,y cuando me veían pasar y gritaban: ¡Blanco dame dinero!

Tuve la suerte que el jefe de inmigración del distrito estuviera de regreso de Kinshasa el mismisimo 31 de diciembre, y conseguí que me sellara el pasaporte tras cumplir todos sus requisitos.

  • El primero :Un documento que justificara mi viaje en bicicleta, el cual no me fui difícil satisfacer con “La carta del obispo en Nigeria”.
  • El segundo y más importante: Dinero.

Los dos sabíamos quien tenía la sartén por el mango, y en contra mi voluntad no tuve otra opción que acceder ,no sin antes regatear ,a pagar las tasas portuarias, que  mostró impresas en una papel datado del año 1998, los primeros años tras la guerra civil que mandó al exilio al dictador Mobutu.

Esas tasas,obviamente, no me correspondían ya que no tenia un barco atracado en el muelle, pero lo preferí ante la otra opción.Invalidar mi visado y repatriarme al otro Congo.

Era la primera vez en mi vida que accedía a pagar un soborno,y no podía haber sido en otro país.

Los primeros kilómetros en el país fueron empujando la bicicleta sobre la arena…

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…y al pasar por los pueblos podía ver a la gente celebrar el año nuevo con música y alcohol.

Al verme pasar se acercaban corriendo esperando que fuera a repartir regalos.Se mostraban decepcionados cuando ante tanta insistencia decidí contratacar pidiendo fruta y agua para el hambriento y sediento viajero.

“¡Pero tu eres el blanco, tu nos tienes que dar!”

El camino se repartía entre tramos de sabana y espesos bosques tropicales…

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…con pequeñas aldeas donde se repetía la historia de pedir regalos.

Al atardecer intenté ir lo más rápido posible para dejar atrás las nubes negras que amenazaban con lluvia, y el viento proveniente de ellas me ayudaban con fuerza.

Se escuchaban los truenos cada vez más fuertes y  cerca, pero al estar rodeado de árboles me sentía  seguro.

Quedaba menos de una hora para al atardecer y las nubes volvieron el cielo  opaco.Sumido en una leve oscuridad con cada rayo se iluminaba el paisaje y ahora aunque veía el destello no sabía donde caían los rayos.

Al pasar por una pequeña aldea a la vez que caían las primeras gotas unos hombres me pararon y en un perfecto francés me aconsejaron parar y resguardarme de la lluvia en su humilde choza.

Accedí y nos refugiamos más de 20 personas en un pequeño cuarto en el  hogar  de Jean , mientras veíamos ahora como diluviaba y los fuertes vientos amainaban a la vez que veíamos caer los rayos sobre los árboles en el bosque.Un espectáculo donde la naturaleza parecía querer dejar las cosas claras. Quién manda ahí y lo insignificantes que somos ante ella.

Al igual que en muchos lugares de África es normal ofrecer la mejor silla al invitado.Un invitado no puede estar de pie.En esta ocasión la silla era de plástico,y los niños al igual que los mayores no acababan de entender que hacía este hombre pálido sobre una bicicleta en su remota aldea.

Uno de los pequeños, el más valiente y único que no salió corriendo ante mi presencia, no dejaba de mirarme atónito. ¿Era yo el primer hombre blanco al que veía?

“Los niños están muy felices de verte.Es la primera vez que ven un blanco” -me comentó Jean mientras decenas de ojos se asomaban por todas partes.

Saqué la cámara para plasmar el momento.

No entendió qué era ese aparato hasta que le mostré su rostro en la pantalla…

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En lingala (idioma local y principal del país) comenzaron a llamar a sus amigos y fascinados susurraban ante la pantalla.

Al decirles si querían que les hiciera una foto todos mostraban orgullo y posaban tímidamente…

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Los niños y los mayores no dejaban de darme las gracias cada vez que les hacía una foto.

Mientras fuera seguía lloviendo ,Jean, el padre de familia del hogar en el que estábamos refugiados me invitó  a comer y a dormir allí, y que a la mañana siguiente continuara el viaje.

Acepté.

Él era el hijo del jefe de la aldea y le propuse antes de nada ir a conocerle y pedir su permiso.

La casa del jefe de aldea era la única rodeada por una valla de palos y una especia de contorno para evitar que entraran animales,pero que las cabras sabían sortear por los numerosos agujeros.

Esta es la primera mujer de mi padre- me dice Jean mientras me señalaba a una anciana encorvada.

¿Es tu madre?-le pregunto sorprendido ante la manera de presentarme a su madre.

Encontramos a su padre sentado en un pequeño taburete dentro de la choza donde de la pared colgaba un calendario del año 2011 con la foto del presidente Kabila.

Parecía estar enfermo y débil, pero no dejó de intentar levantarse para recibirme con un apretón de manos.

Le indiqué que no se levantara y me arrodillé ante él mientras le daba las gracias por recibirme y alojarme en su aldea.

Es una muestra de respeto ante los mayores arrodillarse o agachar la cabeza.Muchas veces como “hombre blanco”,extranjero o invitado recibo este trato incluso de los más mayores.

Al día siguiente después de despedirme de  Jean ,su mujer y sus numerosos hijos…

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…puse rumbo por lo que sería el primer día por las peores carreteras del mundo…

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Bienvenidos,de nuevo, a la República Democrática del Congo.

El majestuoso río Congo

El majestuoso río Congo

En el último momento antes de partir se subió a la precaria canoa una madre junto a su hija…

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A Suleiman parecía no costarle mantener el equilibrio,no como yo que casi acabo en el agua mientras subía las alforjas y la bicicleta.

En la orilla a penas se veía movimiento.Tan solo una pequeña base naval donde unos militares veían pasar el día a la vez que el agua del río, y unas cuantas piraguas varadas en las raíces de un árbol gigante que hacía de puerto.

No quedaban muchas horas de luz y una densa nube negra se aproximaba por el oeste adelantando las horas oscuras antes de anochecer, aunque todavía fueran las 3 de la tarde.

Se podía distinguir el pueblo de Kwamouth al otro lado del río,en la RDC(República Democrática del Congo), por el reflejo de los techos de chapa. Nos separaban algo menos de 10km,y aunque hubiera preferido llegar a la RDC con  plena luz del día, con menos luz sería mas difícil que en inmigración se dieran cuenta que la fecha de mi visado había sido modificada.

Junto con Nigeria era uno de los países que más he temido,aunque esta vez me esperaban más de 2000 km por uno de los países menos desarrollados,corruptos,peligrosos y con las peores carreteras del mundo.

Suleiman insistía que en menos de 2 horas cruzaríamos el río Congo, pero las horas en África se miden de diferente manera. Raras veces tienen tan solo 60 minutos.

Conmigo  llevaba una sensación incomoda de miedo,respeto e ilusión, que crecía a medida que avanzábamos contra corriente por la zona pegada a la orilla del río, evitando las fuertes corrientes del centro del río.Pero esos nervios pasaron pronto a ser felicidad…

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Mientras veía las nubes cada vez más cerca  no paraba de achicar el agua que por algún agujero se hacia hueco en la canoa.No solo la inundaba sino empapaba mis alforjas que con tanto agujero dejaron de ser impermeables hace tiempo.

Llegado el momento Suleiman viró la piragua hacia el centro del río, enfrentándose ahora a la fuerte corriente que nos hacían retroceder, cruzando ahora en diagonal.

Remaba con mas fuerza que nunca pero no dejábamos de retroceder a la vez que cada vez estábamos más cerca de la otra orilla.

La anchura del río en esta zona supera con creces los 5 kilómetros,que no es mucho comparado con su tramo más ancho de 35km de orilla a orilla.

Ahora en el mismísimo centro del río Congo sin vegetación que tapara las vistas, la desafiantes nubes negras estaban cada vez más cerca…

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Los primeros vientos frescos anunciando las lluvias llegaron junto a unas olas más grandes.Daba la sensación que la canoa iba a volcar en cualquier momento  pero Suleiman emanaba tranquilidad y hacía que mantener de esa forma el equilibrio pareciera fácil, aunque yo no hubiera aguantado de pie ni un solo segundo.

Una vez alcanzada la otra orilla la luz era tan escasa como las probabilidades de que no lloviera, y se veía mucho más movimiento , con varios pescadores recogiendo sus redes a la vez que remaban de pie…

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Y se puso a llover como nunca antes había visto.

El impacto de las gotas en el agua hacia que lloviera tanto de arriba como de abajo, y los fuertes vientos que preceden a la lluvia desaparecieron por completo,siendo ahora el único ruido el impacto de la lluvia sobre la madera de la canoa y el agua de la superficie del río.

Miraba a mi alrededor y  podía ver casas de barro con  canoas aparcadas en la orilla, niños gritando y chapoteando en el agua,pescadores recogiendo sus redes  ,el torrente de agua que caía del cielo, ya casi era de noche, y encontrarme cruzando el majestuoso río Congo en esas condiciones no hacia más que aumentar las expectativas de lo que sería mi estancia en el país.

Suleiman parecía muy tranquilo manteniendo la canoa a flote sin mostrar signo de cansancio después de casi 3 horas de travesía.

Se escuchaba el ajetreo de un ballenero, que es como llaman aquí a los barcos fluviales que navegan por los más de 13.000km navegables que tiene la RDC…

El tramo más famoso navegable es el que une Kinshasa con Kisangani,relatado maravillosamente por Conrad en su Corazón de las tinieblas.

El puerto del pueblo portuario de Kwamouth no era más que una pequeña playa de barro, donde ahora estaban atracados varios balleneros con cientos de pasajeros y la canoa de Suleiman,que me ayudaba a bajar las alforjas y la bicicleta, mientras un hombre uniformado me estaba exigiendo ya el pasaporte.

Para mi sorpresa  era de inmigración y le habían informado de mi llegada. Un chico joven y amable.

Por su perfil delgado supuse que no era un rango alto,ya que en la burocracia africana uno parece ascender de posición a la vez que el diámetro de la barriga.

Me guió hasta la caseta de inmigración por las caóticas, oscuras y ruidosas calles, que al revés que en el otro Congo, ahora estaban repletas de gente y de vida.

Lo mejor de llegar a un lugar  de noche es que te permite llegar por primera vez dos veces.La de la noche y cuando te levantas por la mañana y lo ves con la luz del día.

La que hacía de caseta de inmigración era ahora también el  refugio durante la lluvia para los pasajeros de los numerosos balleneros.Familias enteras con muchos niños. ¡Muchísimos!

Esta es una de las muchas paradas en sus  varios meses de viaje para llegar a sus destinos.

Más tardé me daría cuenta de por qué el río es el transporte favorito en este país.

Al no haber electricidad en el pueblo( y en  todo el país) me tranquilizaba ya que a la hora de ojear minuciosamente mi pasaporte  sería bajo la tímida luz de una vela y no de una potente bombilla ,haciendo más difícil que se dieran cuenta que el visado estaba falsificado…

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Todo parecía fácil y rápido e incluso pensé ,inocente de mi,que al día siguiente podría hacer los primeros kilómetros en el país.

No pude rechazar la invitación de quedarme a dormir en la humilde caseta que aunque no fuera el lugar más tranquilo,estaba  seco y era tranquilo.

A la mañana siguiente me dijeron que la persona encargada de sellar y autorizar mi entrada, el mismísimo jefe de inmigración, estaba de vacaciones en Kinshasa y no volvería hasta “puede que la próxima semana” .Había dado ordenes de retener mi pasaporte hasta su llegada.

Me armé de paciencia y calma cuando por un momento supuse lo peor.No tenía más opción que esperar.Regresar al otro Congo era imposible ya que había salido ilegalmente,y bajar por el río hasta Kinshasa sin la entrada regularizada era algo impensable.

Me surgió algo de desesperación. No quería volver a quedarme al igual que en Nigeria atrapado en un lado de la frontera durante largas e interminables semanas.

Kwamouth no era el pueblo más agradable de todos pero en la misión católica me recibió con los brazos abiertos el cura, que al igual que yo había vivido unos años en Bélgica.

Su situación geográfica, donde el río Kasai se encuentra con el río Congo,lo convertía en un importante punto estratégico, ya que todos los barcos que salen desde Kinshasa hacia distintos lugares del país tienen que pasar por Kwamouth,siendo un lugar ideal para las autoridades  desplomar a sus ciudadanos.

En un par de ocasiones intenté visitar la playa del río,un lugar lleno de vida donde pescadores y mujeres lavando  ropa se hacen  hueco en las aguas turbias del río.Las dos veces que lo hice unos militares de ojos ensangrentados y con aliento a alcohol me pidieron la documentación, la cual no tenía.Empezaban los problemas en la RDC.

Prefería quedarme tranquilamente en la misión católica leyendo mis libros y charlando con el sacerdote sobre corrupción y los problemas de África, y por las noches cuando un blanco se camufla mejor en mitad de la oscuridad salía a visitar a las numerosas familias que el cura de la parroquia me había presentado, y por supuesto no pude escaparme del estricto protocolo de  presentarme y pedir autorización al jefe del pueblo, que no sin antes mostrar alguna muestra de disconformidad dio el visto bueno.

Estaba atónito de los peligros del viaje.

“Aquí en el Congo no hay peligro.Este es un país muy tranquilo y pacifico, pero el resto de países…”